5 POEMAS PARA UNA VIDA

Si, ya sé que la poesía es algo de otros tiempos, que no mola hablar de poemas, pero cuando se sobrepasa cierta edad ya no es un problema que te llamen “poeta”, ni importa lo que digan los demás. Es fácil decir que nunca importa lo que digan los demás, pero por desgracia vivimos en este mundo, en una sociedad en la que en algún momento, quizás demasiados, sí que importa lo que dicen los demás.

En fin, que les voy a hablar de poesía, más que hablar, compartir con ustedes, por ejemplo, cinco poemas que me han acompañado toda la vida. Por descontado soy un romántico, en el estricto sentido del término. En comunión con aquel movimiento que se denominó “Romanticismo”

Y no hay mejor comienzo que evocar al maestro, a Gustavo Adolfo Bécquer

 

RIMA 73 GUSTAVO ADOLFO BECQUER. 1868

Cerraron sus ojos,
que aún tenía abiertos;
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz, que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día
y a su albor primero,
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterios,
de luz y tinieblas,
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos;
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedose deserto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba…
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapáronle luego,
y con un saludo
despidiose el duelo.

La piqueta al hombro,
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
reinaba el silencio;
perdido en las sombras,
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero
de la pobre niña
a solas me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo,
del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos!…

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es vil materia,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
que al par nos infunde
repugnancia y duelo,
al dejar tan tristes,
tan solos los muertos!

 

En segundo lugar, propongo un clásico escolar, de los escolares de hace muchas décadas, que nunca me aprendí de memoria por mi naturaleza rebelde, pero que es un himno al mar y la libertad, siempre en la tónica de otro de los grandes exponentes del “Romanticismo”, don José de Espronceda.

CANCION DEL PIRATA. JOSE DE ESPRONCEDA. 1835

Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
mi velero bergantín:
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido,
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul.

Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.»

Que es mi barco mi tesoro,
Que es mi Dios la libertad,
Mi ley, la fuerza y el viento,
Mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra,
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

A la voz de «¡barco viene!»
es de ver
como vira y se previene,
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
Que es mi dios la libertad,
Mi ley, la fuerza y el viento,
Mi única patria, la mar.

¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me rio;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna antena,
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
Que es mi dios la libertad,
Mi ley, la fuerza y el viento,
Mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por la mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

 

Para seguir les propongo, lo que algunos denominarían una excentricidad, una mirada a la realidad social de aquellos tiempos, con reflejo en cualquier otra época, incluida la actual. Un revulsivo ante la hipocresía. Otro poeta contemporáneo y amigo de Gustavo Adolfo, el señor Eusebio Blasco y Soler

 

UN DURO AÑO.  EUSEBIO BLASCO Y SOLER. 1883

I

Monte arriba, cara al viento,
buscando reposo y calma,
íbame yo muy contento,
dándole descanso al alma,

y cuando al alto llegué,
y al dar la vuelta a la cima,
un rebaño me encontré
que se me venía encima.

Avanzaban las ovejas
marchando al paso tranquilas,
y pasaban las parejas
al sonar de las esquilas,

y a los últimos reflejos
de los rayos vespertinos
las vi perderse a lo lejos
por los ásperos caminos.

Detrás de ellas, lentamente,
dando al aire una canción
y sacando indiferente
su mendrugo del zurrón,

venía un pastor, un niño,
un imberbe zagalejo,
que me inspiró ese cariño
que es tan súbito en un viejo.

-¡Hola! ¿tú eres el pastor?
-Sí señor, ¿qué se le ofrece?
-¿tienes padres? -no señor.
-¿cuántos años tienes? – Trece.

-¿Y cuánto ganas, amigo?
– Un duro. – ¿al día? -¡anda maño!
– ¿Un duro al mes? – ¡que no, digo!
– ¡Un duro al año!

Le dejé que se marchara
y en el monte me senté,
y avergonzado, la cara
en las manos oculté.

Pasaron por mi memoria
templos, palacios y reyes,
los aplausos y las glorias,
los discursos y las leyes,

los millones del banquero,
las fiestas del potentado,
réditos del usurero,
ladrones en despoblado,

fortunas mal heredadas
en el tapete perdidas,
cortesanas celebradas
de ricas galas prendidas,

los que de lujo se afanan,
tantas glorias, tanto daño…
y en tanto hay seres que ganan…
¡Un duro al año!

¡Un duro! ¡Oh, Dios! ¡Cuántas veces
lo habré derrochado yo,
en miles de pequeñeces
que mi gusto me pidió!

en comer sin tener ganas,
en caprichos, en favores,
en vanidades humanas,
en guantes, coches y flores,

en un rato de placer,
en un libro sin valor,
en apostar, en beber,
en humo, en un buen olor…

Y ese duro que se olvida
En cuanto correr se deja,
era un año de la vida
de aquel niño que se aleja…

Y vi que somos peores
todos los seres humanos.
unos, falsos soñadores;
otros, falsos puritanos.

Ya ateos o ya creyentes
todos en el daño iguales;
resolviendo diligentes
grandes problemas sociales;

y hay seres que, en esa edad,
ignoran su propio engaño
y deben a la humanidad…
¡Un duro al año!

¡No! Mientras que, en el frío enero,
en una espantosa noche,
mi prójimo, por dinero,
me lleve a mi casa en coche;

mientras de la mina oscura
saque el carbón tanta gente,
pasando tanta amargura
para que yo me caliente;

mientras de la alegre fiesta
salga yo, que siento y creo,
y al pobre que me moleste
le mande airado a paseo;

mientras derroche la moda,
y se gasten, grande o chico,
mil duros en una boda,
mil en entierros del rico,

y hasta el sol desigual sea
en dar al hombre sus rayos,
y haya niños con librea
que me sirvan de lacayos

ni creo en leyes humanas
ni en el que las bombas tira…
¡Palabras! ¡Palabras vanas!
¡Mentira, todo mentira!

No hay a las penas consuelos;
¡sufrir y siempre sufrir!
¡El Cristo se fue a los cielos,
pero volverá a venir!

Y ha de subir a mil codos
más alto el nuevo diluvio,
y en él moriremos todos;
y más altos que el Vesubio

nos ha de ver impasible
ese niño, ese pastor,
ya convertido en terrible
ángel exterminador,

y entre torrentes de lava
gritará de su alto escaño:
-Yo soy aquel que ganaba
¡Un duro al año!

Así a mis solas decía,
solo, en la cumbre del monte,
mientras el sol se escondía
en el rojizo horizonte,

en la sombra se ocultaban
lentamente las aldeas,
y allá lejos humeaban
las fabriles chimeneas,

Veíanse allá las cruces
de las altas catedrales
y los rayos de las luces
de las fiestas mundanales.

Allí lloran afligidos
miles de seres humanos,
allí rezan compungidos
los que se llaman cristianos.

Entre el ruido y movimiento
de las modernas ciudades,
resumen triste y cruento
de las necias vanidades…

Y allá, perdido en la plana,
cantando, tras su rebaño,
iba aquel niño que gana
¡Un duro al año!

 

Y aunque parezca que cambiamos de tercio es que cambiamos de tercio. Pero sin perder un ápice de romanticismo. Sin duda me viene a la cabeza la melodía y el inimitable timbre de voz de Nacha Guevara al pensar en este poema de Mario Benedetti, que me obligo a compartir con ustedes.

TE QUIERO.  MARIO BENEDETTI. 1974

Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.

Si te quiero es porque sos
mi amor, mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

Tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada,
te quiero por tu mirada,
que mira y siembra futuro.

Tu boca que es tuya y mía,
tu boca no se equivoca,
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía.

Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

Y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero,

y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola.

Te quiero en mi paraíso,
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso.

Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

 

Y como esta era corta, no puedo evitar seguir escuchando esta otra maravilla de un poeta moderno, el señor Pablo Milanés

YO NO TE PIDO. PABLO MILANES. 1978

Yo no te pido
que me bajes una estrella azul,
sólo te pido
que mi espacio llenes con tu luz.

Yo no te pido
que me firmes diez papeles grises para amar,
sólo te pido
que tú quieras las palomas que suelo mirar

De lo pasado no lo voy a negar
y el futuro algún día llegara
y del presente que te importa a la gente
si es que siempre van a hablar.

Yo no te pido
que me bajes una estrella azul
sólo te pido
que mi espacio llenes con tu luz.

 

Sigue llenando este minuto
de razones para respirar,
no me complazcas, no te niegues
no hables por hablar.

De lo pasado no lo voy a negar
y el futuro algún día llegara
y del presente que Te importa a la gente
si es que siempre van a hablar

Yo no te pido
que me bajes una estrella azul
sólo te pido
que mi espacio llenes con tu luz

 

Como siempre las matemáticas son una ciencia exacta, donde cinco se convierte en seis, y de rigor es terminar con un broche de oro, no digo más.

VOLVERAN LAS OSCURAS GOLONDRONAS. GUSTAVO ADOLFO BECQUER. 1871

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.

 

Pero aquellas que el vuelo refrenaba

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres…

ésas… ¡no volverán!

 

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde aún más hermosas

sus flores se abrirán.

 

Pero aquellas cuajadas de rocío

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día…

ésas… ¡no volverán!

 

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar;

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará.

 

Pero mudo y absorto y de rodillas,

cómo se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido…, desengáñate,

¡así no te querrán!

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