Escritor, historiador, periodista y arqueólogo italiano, especializado en novela histórica, sobre todo del mundo antiguo.

Saltó a la fama, internacionalmente hablando, con su trilogía sobre Alejandro Magno, Alexandros, pero su bibliografía es dilatada, he leído todo lo que ha publicado en español y nunca defrauda, al menos a sus seguidores, entre los que me encuentro.

Me fascina en especial sus relatos sobre el Imperio Romano, quizás porque siempre me he sentido romano, no en vano fuimos una de sus principales provincias, y una de sus legiones es la fundadora de mi ciudad natal. 

Nuestra sociedad occidental, el Imperio Occidental, que hoy está amenazado de muerte es el producto, la herencia, directa del Imperio Romano, al menos así lo veo yo.

En especial han sido una gran influencia las novelas de Manfredi en las que aparece Marco Tulio Cicerón, quien siempre me ha inspirado.

Y quiero destacar otra novela que, desde el primer momento, con sus juegos argumentales, también me impactó, «La última Legión», curiosamente llevada al cine con un resultado bastante aceptable.

No se equivocan, mi biblioteca privada en papel impreso, no es pequeña.

 

 

Irving Wallance fue un escritor norteamericano del siglo XX, nacido en Chicago, periodista que trabajó también como guionista de televisión, aunque como novelista alcanzó fama mundial, de la cual dan fe los más de 250 millones de ejemplares vendidos.

Durante la segunda guerra mundial conoció a Ronald Reagan y trabajó en el ejercito con Frank Capra y John Huston.

Sin duda es un autor poco conocido en la actualidad. Desarrolló su actividad literaria más prolija en las décadas de los 70 y sobre todo en los 80 del siglo pasado. Murió en 1990.

Si bien en mi lista de autores preferidos podeis encontrar expertos en aventuras y política ficción, las novelas de Wallance se adelantaron, al menos en mi biblioteca y en mi imaginación. Intrigas y aventuras de todo tipo que implicaban a la Casa Blanca y sus moradores, “La segunda Dama”, “Documento R”, “El todopoderoso”, “El Hombre” etc. Aunque posiblemente la más popular fuese “El Premio Nobel”, llevada al cine como “El Premio”, protagonizada por Paul Newman.

Para mi representó el descubrimiento de un género que me ha fascinado, y al que siempre regreso.

Irving Wallace, un estelar en el olvido.

Robert Ludlum además de escritor Neoyorquino del siglo XX, fue actor, guionista y productor ejecutivo, sobre todo de teatro. Como novelista es un escritor tardío, que comenzó su carrera pasados los cuarenta años, lo que no le impidió vender más de 210 millones de ejemplares de sus obras, lo que nos da una idea de su popularidad.

Su trilogía sobre Jasón Bourne, un agente de la CIA con amnesia, llevada al cine, ha dado la vuelta al mundo.

Sus novelas de suspense cargadas de mega conspiraciones unas veces gubernamentales, otras militares o económicas y de multinacionales, exhaustivamente documentadas y a veces muy verosímiles, enfrentaban invariablemente a protagonistas curiosos contra los poderes fácticos, la eterna lucha de David contra Goliat.

Nuevamente la política ficción de Ludlum me enganchó sin remedio, devorando toda su producción literaria.

Posiblemente su obra influyese en mi capacidad paranoide para sospechar e investigar los pequeños y miserables complots cotidianos a los que los políticos, la iglesia y el gran capital nos someten a diario.

Una colección de novelas digna de releer, Trece en Zúrich, El caos Omega, El desafío de Matlock, El intercambio Rhinemann, La carretera de Gandolfo, El enigma de Constantina, El manuscrito de Chancellor, El pacto de Holcroft, El círculo Matarese y muchas más.

Tom Clancy, escritor norteamericano del siglo XX, especializado en novelas de espionaje e inteligencia militar situadas en la guerra fría y años posteriores, ha cosechado grandes éxitos, con más de cien millones de novelas vendidas.

En 1984 publica “La caza del octubre rojo”, llevada al cine con un genial Sean Connery, no en el papel protagonista, y que significa el principio de una saga de novelas cuyo personaje principal Jack Ryan, un exmarine, analista de la CIA, que terminará siendo presidente de la Estados Unidos, y que, para mí, como para otros muchos, supongo, siempre tendrá el rostro de Harrison Ford.

Obviamente he leído todas sus aventuras y por eso estamos hablando de Jack Ryan y de Ton Clancy.

En su etapa final, cuando Clancy ha dedicado más tiempo a la ficción política ha terminado de convencerme, y sin duda, su influencia en mi pluma es inevitable, desde la aventura, la intriga y la política ficción, que siempre ha manejado con gran habilidad.

Si infinidad han sido los héroes creados con tinta sobre papel, y de muchos voy hablando en esta sección, Jack Ryan resulta una creación más que acertada, con una fuerza y un carisma de la categoría de Han Solo, o “Indi”.

Un autor que no puede faltar en mi biblioteca.

Con el permiso de Isaac Asimov, hoy quiero volver a otro clásico de la ciencia ficción, Arthur C. Clarke, escritor británico del siglo XX que pasó una parte importante de su vida en Sri Lanka.

Clarke era un personaje polifacético, científico, explorador, ingeniero, inventor y naturalmente escritor.

Su Ciencia Ficción no tiene nada que ver con el género de aventuras, ni crea un universo galáctico. Se podría decir que suele proponer una ciencia ficción más intelectual, más realista, en definitiva, filosofa sobre los grandes dilemas y valores de la humanidad envuelto en un celofán futurista que identificamos como ciencia ficción.

Autor prolijo, famoso por varias series, entre las que destaca “2.001 odisea en el Espacio”, llevada al cine magistralmente por Kubrick.

Nuestro universo, el tiempo, la inteligencia artificial, las diferentes dimensiones, se contraponen a la naturaleza del ser humano, y nos propone una profunda reflexión.

Aunque soy más de Asimov, de “Star wars” o “Star Trek”, no dejo de reconocer, que para llegar hasta ellos es imprescindible pasar por las propuestas de Arthur C. Clarke.

Sin duda 2.001, y sus secuelas, 2010, 2061 y 3.001 han tenido un impacto innegable en mi formación “espacial”, y no pueden faltar en mi biblioteca.