Un verso suelto, pero que verso. Es posible que con esta elección se denote mi edad avanzada, o esa sensación que, más o menos, todos tenemos alguna vez, de pertenecer a otra época.

Anthony Hope fue un escritor británico famoso por sus novelas de aventuras, entre las cuales destaca “El prisionero de Zenda” y su continuación “Rupert de Hentzau”, ambas consideradas “clásicos menores” de la literatura inglesa.

Ese clásico menor llevado en múltiples ocasiones a la gran pantalla, tanto en su versión original, como en clave de comedia, alcanzó su mejor expresión en la versión cinematográfica de 1952 dirigida por Richard Thorpe y protagonizada por un genial Steward Granger, secundado por Devorah Kerr y James Mason, igualmente brillantes.

Hope era un hombre del siglo XIX, aunque murió en 1933 a los 70 años, abogado prometedor que no dejó la escritura, contando con 32 obras de ficción en su haber.

En mi humilde opinión “El Prisionero de Zenda” es una de las mejores obras del género de capa y espada, capaz de trasladarnos en el tiempo, de hacernos vibrar de emoción, de sacarnos de este mundo para convertirnos en hidalgos caballeros de la Mancha, dispuestos a devorar novelas de caballería.

Les recomiendo volver a leerla, y si no la conocen, ¿a que esperan? También pueden ver la película, no se lo pierdan.

Simplemente decirles que, junto a mi cama, en la mesilla de noche, a los efectos una columna romana, una foto de mi madre, un reloj de bolsillo con el retrato de mi amada y dos libros, “El Prisionero de Zenda” y su continuación, “Ruperto de Henzau”. En la otra mesilla, la de verdad, “El grito de la Foresta”.

Quiero reivindicar aquí la figura de Enrique Jardiel Poncela, un artista polifacético muy poco reconocido en vida. Un escritor, un creador genial que si hubiera nacido en Estados Unidos habría sido un George Lucas o un Spielberg, pero era español… suspiro y al cielo miro.

Un madrileño de la primera mitad del siglo XX que nos ha dejado un legado que debería ser Patrimonio Nacional. Tuvo problemas tanto con los republicanos, como con los franquistas, aún así su obra fluyó irreverente e imparable.

La conocida “Eloísa está debajo de un almendro”, sin duda fue un descubrimiento memorable, el resto llegó simplemente para deleitar el paladar literario y teatral “Usted tiene ojos de mujer fatal”, “Un marido de ida y vuelta”, “cuatro corazones con freno y marcha atrás”, “Carlo Monte en Monte Carlo”, “Los ladrones somos gente honrada”, etc., y por encima de todas ellas “Angelina o el honor de un brigadier” vista por primera vez representada en “Estudio 1” de una televisión española en Blanco y negro, en la España de “Cuéntame cómo pasó”.

El 19 de diciembre de 1969, cuando un niño de doce años era un imberbe zagalejo, embelesado vi aquella obra en verso, rima fácil, aparentemente, una sátira del romanticismo de finales del siglo XIX. Increíble. Inmediatamente conseguí un ejemplar impreso, me fascinaba, al igual que “La venganza de don Mendo” aquel descubierto teatro en verso, que muchos años después me llevaría a escribir mi propia trilogía teatral en verso que comenzó con “De noble a Plebeyo”, “De plebeyo a Ruin” y terminaría con “De Ruin a Miserable”, en la que situando la acción en la España de la edad media narraba la realidad del Sindicalismo de los años 90, que viví en primera persona.

Nunca me cansaré de leer y releer aquella “Angelina o el honor de un brigadier”.

Enrique Jardiel Poncela murió a los 51 años arruinado y abandonado, algo de lo que este país debería avergonzarse.

Decir que fue uno de los tres mejores escritores de ciencia ficción es quedarse muy corto. Antes de Star War, antes de Star Trek, donde llegó a colaborar, está el universo de Asimov. 

Me siento muy afortunado de poseer la colección de la enciclopedia galáctica de Asimov publicada por el Circulo de Lectores en su día (1994) y que unía las sagas de los Robots y la Fundación e Imperio. La historia de una humanidad a través del tiempo y los milenios en un universo único e irrepetible.

Asimov despertó la imaginación de varias generaciones, nos guio hacia preguntas imprescindibles en el bagaje de una vida, para comprender el mundo que nos rodeaba, el propio universo, y a nosotros mismos. Para abrir la mente y despertar los sentidos.

Una imaginación desbordante e inteligente, solo comparable con la de los grandes visionarios de otras épocas, sin duda estamos pensando en Julio Verne, pero no adelantemos acontecimientos.

Isaac Asimov, un escritor laureado del siglo XX, con un legado inmenso. No puedo decir que he leído toda su obra, es  demasiado extensa, aunque si una buena parte de la misma. Su impacto en mi vida no solo se centra en las  sagas mencionadas, tiene obras independientes como «Viaje alucinante», «El fin de la eternidad» o «Los propios dioses», que sin duda pueden marcarnos por si mismas.

La influencia de Asimov en mi trayectoria es tal, que incluso es el coprotagonista de dos de mis novelas de los años ochenta, que posiblemente no tardarán en ver la luz.

Aunque hoy en día, la sutileza de los mundos literarios y el propio Asimov no estén de moda, compitiendo con la psico-realidad de los efectos visuales, como persona de mucha edad, no puedo por menos que seguir recomendándolo.

Para mi es un autor imprescindible en la historia de la literatura.

Obviamente son muchos los autores, no solo de mi preferencia, sino que me han impactado con su obra, incluso que han tenido una clara ascendencia sobre mi propio estilo y gustos.

Pero al iniciar esta sección me resultaba obligatorio mencionar al autor de la primera novela que leí  en mi más tierna infancia, un hombre con un apellido imposible de pronunciar, Edgar Rice Burroughs. Un escritor estadounidense que se dedicó al genero fantástico. Conocido popularmente por un personaje icónico para muchas generaciones, Tarzán de los Monos. Pero en realidad fueron múltiples los escenarios fantásticos que salieron de su pluma, desde Venus hasta Marte. No tan conocido por el público es que la famosa película «John Carter», es parte de otra de sus sagas, concretamente ambientada en el planeta rojo.

Burroughs era un hombre de finales del siglo XIX y principios del XX, de hecho murió en 1950. Profesionalmente muy polifacético, y de vida aventurera, fue militar, incluso perteneció al 7º de Caballería.

Tarzán de los Monos y toda la serie de aventuras posteriores del personaje me parece algo increíble. Por un lado la obra literaria nada tenía que ver con los comic y mucho menos con las películas, que como cinéfilo he seguido fielmente. Las múltiples versiones, incluso las que intentan acercarse más a la realidad de la historia, no llegan, ni de lejos, a captar el contenido de la verdadera obra contada por Burroughs.

No quiero cansarles con una autopsia del mítico personaje. Baste decir que es una de las sagas literarias que he leído varias veces en mi vida, conjuntamente con el universo de Isaac Asimov, y pequeñas obras puntuales. Con una narrativa ágil, el manejo diestro de los diálogos, y sencillas herramientas para mantener la tensión, Tarzán de los Monos es mucho más que las películas que hemos visto.